Baldomero Argente, quien aparecerá constantemente en la página por haber sido uno de los más grandes defensores y divulgadores del Georgismo en España, reaparece con un artículo esencial en los tiempos en los que fue escrito, e imprescindible actualmente. Por no existir hoy base alguna del movimiento, se hace necesario diferenciar desde el principio los socialismos, del gran olvidado pero importante movimiento georgista, así como las debilidades de aquel y las fortalezas de este.
J. Ayo
Los socialistas formulan esta pregunta:
«¿Cuáles son las causas y el remedio de este problema social que conturba a la Patria, más aún, al mundo entero, y a todos nos sobresalta y acongoja? No conocemos –añaden- más que una respuesta clara, concreta y concluyente: la que damos nosotros, los socialista; la doctrina socialista es una contestación categórica al enigma que propone la despiadada esfinge contemporánea: a la interrogación sobre las causas y los remedio del problema social.»
Hasta cierto punto tienen razón. Y considerad toda la terrible importancia envuelta por esa afirmación arrogante. La sociedad capitalista, tal como ahora se encuentra organizada, es de fecha relativamente reciente. Nace en el siglo XV; se engendra en la descomposición del régimen feudal; se anticipa en Inglaterra; las inician, desenvuelven y completan los cerramientos de las tierras comunes, la absorción por particulares de las tierras públicas, la desaparición progresiva de la pequeña propiedad y la expulsión del campesino, empujado por el mecanismo de las leyes y de los impuestos hacia la ciudad; la perfeccionan, en fin, el vapor, los progresos de la mecánica, el ferrocarril, el telégrafo, facilitando los procesos de concentración de la riqueza.
El auge del sistema capitalista ha coincidido con la segunda mitad del siglo XIX. Las almas nobles y serenas no podían contemplar satisfechas los resultados de ese sistema, ni siquiera en las horas de su mayor esplendor. ¿Cuáles eran los frutos del régimen capitalista? En lo material, un progreso maravilloso: en este orden, ese medio siglo no tiene par en la Historia. En lo social y moral una monstruosa ulceración. ¿Qué diferenciaba más eficaz e inequívocamente un país civilizado de una tribu primitiva? El presidio, el asilo, la mancebía, la despiadada explotación del niño, la degradación de la mujer y la continua y agobiadora preparación para la guerra. Ese régimen capitalista en su etapa de mayor florecimiento engendró, en lo interior, el pauperismo, el alcoholismo, la prostitución, el suicidio; en lo exterior, las competencias internacionales. Resumen de sus efectos han sido la rebeldía social y la guerra universal.
Hoy, minada la sociedad capitalista por las propias úlceras que la injusticia sobre que está asentada forja, se bambolea y desquicia infundiendo en los ánimos el temor de un derrumbamiento. El ejemplo de lo que puede acontecer, lo tenemos en Rusia, y es tal, que se necesita la inconsciencia para no sentir espanto. Antes de Rusia tuvimos otro, exactamente igual: Méjico. La organización capitalista es una fuerza continuamente impulsora que ha hecho subir el progreso material hasta una cumbre, doblada la cual está un despeñadero. Ascendimos hasta la cumbre: si la fuerza sigue actuando, caeremos en la sima como otros pueblos han caído.
Para impedirlo, hay que transformar esa sociedad capitalista. Coinciden en esta afirmación todos los hombres que, sobreponiéndose a sus egoísmos, contemplan reflexivamente el panorama social. Transformación o revolución, pero revolución sangrienta y anárquica, realizada por el desbordamiento de todos los rencores amasados en las clases sometidas por un milenario de sufrimiento e inequidad. La transformación debe ser obra de la razón y del amor; la revolución sería la obra de la pasión ciega y del odio; y en el fondo del corazón humano duermen las pasiones primitivas del salvaje y e la fiera esperando el clarín de la ira que las despierte.
Hay, pues, que transformar la sociedad. Y para transformarla, saber la causa que engendra estos males y la organización a que aspiramos, porque solo la extirpación de aquella causa puede traer el remedio: cualquier otra cosa es palabrería, pérdida de tiempo, o quizá agravación del daño. Por tanto hay que dar una respuesta concreta a la interrogación que la esfinge devoradora dirige a las generaciones contemporáneas.
Los socialistas dicen: no hay más respuesta categórica que la dada por nosotros; todos los demás son tópicos, vulgaridades, medios de encubrir la ignorancia. Dicen verdad cuando afirman que ellos ofrecen una respuesta clara, y cuando añaden que los partidos gobernantes no tienen ninguna que dar.
Se equivocan cuando afirman que es la única. Hay dos contestaciones que por igual abarcan los orígenes del mal y las fórmulas de su remedio: una, la contenida en el «Manifiesto comunista» y «El capital» de Carlos Marx; otra, la georgista, desenvuelta en «Progreso y Miseria» de Henry George. Las dos se plantean el mismo problema: las dos coinciden en la explicación de los orígenes históricos; difieren en cuanto al proceso que conduce a la explotación monstruosa del capitalismo, y se apartan en cuando al remedio final.
El socialismo aspira al comunismo, sin otro medio de realización que la dictadura del proletariado; hace desaparecer el derecho del individuo ante la conveniencia general; instaura la tiranía colectiva; y es, por tanto, solución intrínsecamente conservadora. El supuesto esencial en que se asienta es que las leyes naturales son inarmónicas e imperfectas y que han menester la intervención del hombre que las corrija y mejore.
El georgismo eleva el derecho del individuo frente a los supuestos derechos de la colectividad. Explica el mal por la esclavitud económica del hombre y fía su remedio a la plena libertad; busca la cadena que sujeta al hombre a su miseria, y confía razonadamente en la ruptura de esa cadena que libertará las fuerzas del espíritu y permitirá al esclavo su emancipación; asienta toda su doctrina no sobre el derecho de la colectividad al bienestar, sino sobre el supremo derecho del individuo, frente a la humanidad entera y a la libre y plena expansión de sus potencias individuales; es pues, doctrina intrínsecamente liberal.
Parte del supuesto de que las leyes naturales son armónicas y perfectas, y que la desarmonía está producida por la intervención del hombre para asegurarse el disfrute de la injusticia y del privilegio, por lo que el remedio ha de consistir en la extirpación de esos privilegios e injusticias restituyendo al hombre su libertad.
El socialismo, en sus fórmulas prácticas, es inevitablemente, doctrina sin enlace con la sociedad presente y , por tanto, doctrina de revolución. El georgismo permite engranar sus fórmulas prácticas con el estado actual del mundo, y de este parte, sin trastorno, hasta cambiarlo radicalmente; es, por tanto, doctrina de evolución.
Pero fuera de esas dos respuestas, ¿qué soluciones encontramos para el problema social? ¿Será esa sociología trasnochada, que tiene como cimiento indispensable la continuación de la iniquidad presente y busca el aplazamiento de los dolores con fórmulas insustanciales, como las llamadas leyes protectoras del trabajo, sin vida en la realidad, o por mezquinas dádivas del presupuesto? Ese no es el contenido de la reforma social; esa es la mentira de la reforma, la superchería de la reforma, el engaño al proletariado, la hipocresía de las clases burguesas; esa no es doctrina de libertad ni de igualdad, sino derivación del paternalismo gubernamental; esa es en lo colectivo, la equivalencia de la limosna en lo particular; ese ha sido el procedimiento empleado ineficazmente para adormecer a las víctimas de la injusticia por todos los imperialismos, desde el romano al alemán.
Baldomero Argente, 1920