Una comunidad correcta es una mancomunidad: un lugar, un recurso, una economía. Responde a las necesidades tanto prácticas, como sociales y espirituales de sus miembros- entre ellas la necesidad de necesitarse los unos a los otros. La respuesta a la actual alineación del poder político con la riqueza, es la restauración de la identidad de la comunidad y la economía. – Wendell Berry
Cada ser en este planeta está imbuido de consciencia por el simple hecho de existir. Cada ser tiene una nobleza innata, una dignidad que no puede ser empañada, aunque el sufrimiento de nuestra experiencia humana a menudo nos ciegue a esta la realidad. Todos estamos íntimamente conectados con todo lo que es, porque somos parte de la vida. Cuando tratamos de poseer una parte de la naturaleza, por lo general lo hacemos porque nos vemos como separados de la naturaleza. Sin embargo, estamos profundamente interconectados los unos a los otros y a la Tierra. Y como todo ser humano necesita tierra para simplemente existir, ¿no se entiende que el valor que la tierra ofrece libremente a todos los seres humanos estaría mejor siendo compartido libremente entre todos?
Aparte de las implicaciones éticas que surgen cuando no compartimos el valor de la tierra entre nosotros, continuaremos experimentando una serie de difíciles problemas siempre y cuando el valor de la tierra siga siendo privatizado. ¿Queremos
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resolver la pobreza, revertir el proceso de degeneración cultural y detener la destrucción cancerosa de la naturaleza? entonces hemos de ser sabios para comenzar a compartir los dones de la naturaleza los unos con los otros.
Si bien no es factible en términos prácticos para nosotros compartir cada aspecto de la naturaleza los unos con los otros, es muy posible compartir el valor monetario que los seres humanos asignamos a la naturaleza. Una vez que comenzamos a compartir este valor unos con otros, tenemos la oportunidad de dar rienda suelta a un renacimiento de carácter cultural, tecnológico, ecológico, e incluso espiritual que ¡nos liberará de maneras que ni siquiera podemos empezar a imaginar! Una vez que comencemos a compartir estos recursos financieros realmente, podremos crear un mundo donde todos tengan sus necesidades básicas cubiertas, donde la naturaleza ya no sea explotada, donde a las personas les sean dadas las mayores oportunidades de autoexpresión, y donde la vida no sea sólo una serie de reveses, sino un hermoso lienzo que permite un mayor desarrollo del potencial humano.
Si vamos a compartir el valor de la tierra, desde luego, no es necesario abolir el uso exclusivo de la tierra. Al contrario, la expropiación por la fuerza de las tierras de individuos por parte del gobierno sin compensación justa merece ser llamada tiranía. Lo fundamental que tenemos que abolir es el mecanismo por el que las personas se benefician injustamente de la tierra. (35) La solución es tan simple que a menudo se pasa por alto: Los terratenientes sencillamente tienen que pagar a las comunidades de las que reciben beneficios a través de su uso exclusivo de la tierra el valor de mercado exacto de los beneficios que reciben.
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Propietarios -terratenientes y todos los que tienen un interés personal en las propiedades, incluyendo, y tal vez incluso especialmente, a las instituciones financieras– se benefician enormemente de las comunidades en las que se encuentran sus propiedades. Los beneficios procedentes de la tierra no sólo no se derivan de su trabajo, sino que también agotan los recursos de la comunidad que deben ser repuestos periódicamente. Esta reposición se puede lograr de la mejor forma a través de un modelo de arrendamiento de la tierra, en la que la tierra es propiedad común, aunque se utilice de forma privada, ya que el valor de la renta de la tierra refleja el valor combinado de todas las ventajas naturales y sociales que la gente recibe a través de su posesión y uso exclusivo. Cuando los usuarios de tierras pagan una parte significativa del valor del alquiler de las tierras a las comunidades locales, reembolsan justamente a sus comunidades. Cuando los usuarios de tierras hacen tales contribuciones a sus comunidades locales, yo las llamo contribuciones de tierra comunitaria.
Las contribuciones de tierra comunitaria son similares a los llamados impuestos sobre el valor de la tierra, (Impuesto Bienes Inmuebles IBI) un método por el cual los dueños de propiedades son gravados sobre el valor de la tierra que poseen. A diferencia de las contribuciones de tierra comunitaria, sin embargo, los impuestos al valor de la tierra están todavía arraigados al paradigma de la propiedad privada de la tierra: Utilizan el precio de venta de la tierra como base imponible para determinar la obligación tributaria del terrateniente: referenciar el precio de venta de la tierra en lugar de su valor de alquiler psicológicamente implica aún la propiedad privada de la tierra en contraposición a la custodia del tierra comunitaria que permite el uso privado del suelo. La palabra impuesto también implica que la gente gravada tiene que desprenderse de algo que les pertenece,
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dado que las personas pagan impuestos sobre sus ingresos, sus ventas, su capital sus ganancias, y así sucesivamente. El término impuesto al valor de la tierra implica, por lo tanto, que los usuarios de tierras están siendo gravados por el valor de su tierra, lo que, por supuesto, es incorrecto, ya que el valor de la tierra pertenece a las comunidades que crean ese valor. Las contribuciones de la tierra comunitaria, por otra parte, hacen hincapié apropiadamente en que la tierra es una comunidad de bienes y que la gente debe contribuir a sus comunidades si desean usar la tierra exclusivamente.
Un modelo de aportación a las tierras comunitarias nos permitiría pasar de un modelo de monopolio de la tierra hacia un modelo de arrendamiento competitivo de tal manera que la gente pueda seguir usando la tierra exclusivamente si así lo desea, a excepción de que ahora las demás personas son reembolsadas por su exclusión. Cuando las contribuciones de tierra comunitaria se hacen a intervalos frecuentes (por ejemplo, cada año) y como fracción del mercado de alquiler del valor de la tierra (por ejemplo, el 80 por ciento del valor de la renta/alquiler), los usuarios de la tierra comienzan a pagar a sus comunidades por el uso de la tierra en lugar de pagar a otros seres humanos o instituciones (tales como el vendedor de quien se compró el terreno o el banco que proporcionó la hipoteca). Dichos pagos en curso a nuestras comunidades locales tienen el efecto de reducir la venta del precio de la tierra en relación con el valor de la renta de la tierra: tiende a aproximarse al valor de mercado del alquiler de la tierra y nunca será mayor de lo que los usuarios de tierras pagarían si hubieran arrendado la tierra en el mercado abierto. (36)
Históricamente, ha habido períodos en los que las personas han compartido el valor de la tierra con sus comunidades locales debido
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a las políticas económicas de la época. Con demasiada frecuencia, sin embargo, estas políticas económicas no fueron suficientes, y la riqueza resultante no siempre era compartida en formas que remediasen la pobreza y disminuyesen la inequidad. Uno de los ejemplos más modernos es Hong Kong, una ex-colonia de la Corona británica en el sudeste asiático. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Hong Kong ha experimentado un auge económico a escala meteórica; en tan solo unas pocas décadas, esta pequeña ciudad, relativamente desconocida, se convirtió en uno de los centros mundiales dominantes de las altas finanzas. Dado que toda la tierra era considerada como perteneciente a la Corona británica, (37) el Gobierno de la colonia británica arrendó tierras a entidades privadas. (38) Estos arrendamientos han permitido a Hong Kong recoger cierta cantidad del valor de la tierra y también ha permitido al gobierno mantener relativamente bajos los impuestos. (39)
Aunque se cita a menudo como un modelo de crecimiento económico laissez-faire debido a su bajos impuestos a los ingresos y corporaciones, la bajísima interferencia en asuntos económicos, y su falta de deuda soberana, Hong Kong practica, en efecto, una forma de capitalismo convencional, mientras que simplemente previene- al menos en pequeña medida- a sus residentes de beneficiarse demasiado de la tierra. Sin embargo, a pesar de que el Modelo de arrendamiento de Hong Kong representa un paso en la dirección correcta, sigue siendo defectuoso ya que la tasación del valor de la tierra no se actualiza anualmente para reflejar el valor de mercado actual de la tierra. Por lo tanto, los ingresos de arrendamiento tienen poca relación con los aumentos anuales en el valor de la tierra. Por otra parte, dado que Hong Kong es una isla relativamente pequeña de prosperidad,
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también ha tenido que lidiar con la inmigración masiva procedente de la China continental, y debido a que el valor del suelo de Hong Kong no fue ampliamente compartido con todos los residentes de Hong Kong, esta afluencia creó enormes problemas de pobreza en Hong Kong también. (40) Sólo podemos elucubrar qué tipo de prosperidad podría alcanzar Hong Kong para todos sus residentes si tratara de compartir plenamente el valor de sus tierras.
En otros ejemplos, hoy en día todos los residentes de Alaska reciben una Renta Básica relativamente modesta a partir del valor del petróleo. (41) Noruega hace algo similar, aunque en una escala mucho mayor, con su Fondo de Pensiones Gubernamental Global, un fondo totalmente financiado a través de los ingresos del sector petrolero de Noruega y en la actualidad el mayor fondo de pensiones del mundo. (42) La isla de Taiwán fue capaz de lograr un rápido éxito económico sin causar una severa desigualdad de la riqueza una vez que implementó reforma políticas sobre la tierra. (43) La transformación de la California Central que partiendo de ser un “montón de polvo” se convirtió en el “granero de América” a finales de 1800 es otro ejemplo de la riqueza natural compartida para el beneficio público: El Estado de California construyó vastas infraestructuras de riego financiadas enteramente a través de la tributación de los incrementos en el valor de la tierra. (44) Siempre que la sociedad elige salvaguardar la naturaleza en beneficio de las generaciones presentes y futuras, la riqueza que se pone disposición de la sociedad es inmensa: Cada vez que el valor de la tierra es compartido, la economía se equilibra, la naturaleza se preserva, la especulación con el suelo es inhibida y la sociedad se vuelve más próspera en general.
Entonces, ¿cómo podemos poner en práctica políticas económicas que compartan el valor de la tierra? El problema es que en la mayoría de las naciones
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del mundo el valor de la tierra ya está privatizado: Si las comunidades impusieran de repente contribuciones de tierras a los dueños de propiedades existentes, los propietarios acabarían pagando dos veces por el uso de la tierra -la primera al anterior propietario (del que compraron la tierra) y luego otra vez a su comunidad local. (45) Es un gran dilema ético: Por un lado, a nadie debería pedírsele que pague dos veces por algo que sólo aceptó pagar una vez. Por otro lado, es apropiado que los propietarios reembolsen a sus comunidades locales por su exclusivo de la tierra, si no lo hacen, todo el mundo termina saliendo peor parado al final.
Por supuesto, los gobiernos podrían compensar financieramente a los propietarios existentes con bonos gubernamentales: Fred E. Foldvary -el economista mencionado anteriormente que predijo correctamente la recesión de 2008 en 1997- recomienda esta opción. (46) Sin embargo, implementar un plan de compensación requeriría una transformación social a gran escala: Todos los niveles del gobierno y de la sociedad tendrían que trabajar juntos para llevar a cabo esta monumental tarea. (47) Si bien es ciertamente posible, es poco probable actualmente tamaña transformación ya que la sociedad está carente de conciencia respecto de las realidades económicas subyacentes que impulsan nuestras decisiones y comportamientos. ¿Qué otras opciones tenemos a nuestra disposición con el fin de crear un cambio social? Demostramos un profundo conocimiento de los procesos de cambio social cuando nos damos cuenta de que no es solo una idea la que importa, sino la práctica de la idea misma, no importa cuán pequeña sea la ejecución de
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nuestra idea al principio. En otras palabras, estamos llamados a implementar nuevos modelos de custodia de la tierra que hagan de nuestro modelo actual de propiedad de la tierra, un modelo obsoleto.
Uno de estos modelos nuevos fue concebido por el fallecido Adrian Wrigley, un académico de Cambridge que envisionó un modelo basado derechos de uso de tierra. (48) Lo que es interesante acerca de su modelo es que los derechos de uso de tierra permiten a las comunidades recoger el valor de la tierra y al mismo tiempo permiten el uso privado de la tierra. En esencia, los derechos de uso de la tierra son voluntariamente creados entre una comunidad y un propietario: Cuando un bien inmobiliario se pone a la venta, ya sea el gobierno local o un fideicomiso de tierras comunitarias adelanta fondos al nuevo comprador para pagar la porción del valor de la tierra del precio de venta. (49) A cambio de estos fondos, el comprador recibe derechos de uso de la tierra de esa propiedad que son comerciables. (50) Según Wrigley: “El dueño de la propiedad está obligado a pagar a la comunidad una suma ligada a un índice [por este derecho de uso de la tierra] mensualmente y a perpetuidad. Las hipotecas sobre valor de la tierra están a cargo de un banco, y una vez completadas, el gobierno paga al banco y el banco presenta el derecho de uso de la tierra a cambio. El banco no tiene mayor participación en el acuerdo.” Una propiedad atada a un derecho uso de la tierra debe estar exenta de impuestos a la propiedad y las contribuciones de tierras comunitarias realizadas por el titular deberían ser idealmente deducibles de los impuestos del Estado y a niveles administrativos inferiores también.
A diferencia de los impuestos, que son forzados por los gobiernos sobre los propietarios e inquilinos por igual, los derechos de uso del suelo implican
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un acuerdo voluntario entre un individuo y la comunidad local a la que pertenece el individuo. Estos crean un vínculo de mutuo beneficio para todos los involucrados: La comunidad reconoce el carácter voluntario de la transacción y tiende a apreciar la buena voluntad del usuario de la tierra para reembolsar a la comunidad por el uso exclusivo de esa tierra. Y puesto que los usuarios de tierras tendrán que invertir financieramente en sus comunidades locales de manera continuada a través de las contribuciones de tierras comunitarias, serán más propensos a estar interesados en mantener el bienestar de su comunidades. El usuario de tierra, por su parte, apreciará sin duda la capacidad de utilizar la tierra sin tener que pagar un cantidad sustancial por adelantado.
Pronto nos ocuparemos de los derechos de uso de la tierra con mayor detalle en los siguientes capítulos. Pero antes de hacer eso, vamos a echar un vistazo más de cerca a nuestro sistema fiscal actual, porque los impuestos, como veremos, influyen profundamente en la forma en que interactuamos con los demás. Actualmente, la gente paga muy poco por los beneficios que reciben a través de la posesión de tierras a las comunidades que proporcionan dichos beneficios. Y así, para pagar obras públicas, los gobiernos están obligados a gravar en su lugar la producción y las actividades de consumo de sus ciudadanos.
Dado que los sistemas de impuestos crean incentivos de comportamiento para miles de millones de personas en todo el mundo, y dado que nuestras economías grandes actualmente tienden a incentivar el intercambio desigual de la tierra, podemos remediar eficazmente toda una plétora de cuestiones económicas, sociales y ecológicas, compartiendo la valor de la tierra. Una vez que lo hacemos, podemos cambiar efectivamente cómo
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miles de millones de personas se comportan económica, social y ecológicamente. Si esta conclusión es cierta, podemos crear la mayor diferencia para nuestro planeta y para la humanidad enfocando nuestros esfuerzos en la eliminación de los sistemas fiscales y animando a la gente a compartir los dones de la naturaleza en su lugar.
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