Manifiesto
El movimiento hacia la justicia social por los
medios descubiertos y predicados por el inmortal
economista Henry George, está avanzando tan velozmente
por todo el mundo, que nos parece ha
llegado ya ,el momento de que nuestra nación sacuda
su tradicional pereza y se apreste a entrar en
liza para derrocar el privilegio y establecer la
igualdad económica.
Entendiendo que esto no podrá hacerse por la
formación de partidos ni haciendo revoluciones,
sino por la propaganda activa y vehemente hasta
conseguir que estas ideas sean conocidas por la
generalidad y reclamadas con urgencia por el cuerpo
electoral y el parlamento. hacemos público llamamiento
a todos aquellos que, viendo el vicio y
la miseria que surgen de la inícua distribución de
la riqueza y privilegio, sienten la posibilidad de un
estado social más elevado y quieran luchar por su
establecimiento.
Como el esfuerzo aislado de casi nada sirve,
nos proponemos agruparnos en una asociación que
tomando por modelo a las llamadas Ligas en Inglaterra,
reuna a todos los que tengan esta aspiración
y acepten el Credo que a continuación pasamos
a exponer.
En esta asociación que llamaremos Liga Española
para el Impuesto Único trabajarán unidos
hombres de distintos y aún opuestos partidos, de
distintas regiones y de distintas creencias y clases,
hasta conseguir incorporar a las leyes el reconocimiento
de los iguales derechos de todos al uso de
la tierra, en cuyo punto se disolverá la Liga por
haber ya logrado su objeto.
El Credo común a todos los socios de la Liga
ha sido magistralmente expuesto por el propio
Henry George, en su conocida obra “La condición
del trabajo” , carta abierta al Papa León XIII y de
ella extractamos lo siguiente:
“Nosotros sostenemos que habiendo sido creado
este mundo por Dios, los hombres traidos a él
por el breve periodo de su existencia terrenal son
las iguales criaturas de su bondad y los sujetos
iguales de su próvida atención.
Siendo los hombres las criaturas iguales de
Dios, tienen iguales derechos, bajo su providencia,
a desarrollar su vida y a satisiacer sus necesidades
lo cual únicamente pueden realizar mediante el uso
de la tierra.
Los hombres, pues, tienen iguales derechos al
uso de la tierra y cualquier convenio que niegue
este uso igual es moralmente ilícito.
Sostenemos así mismo que el único derecho de
propiedad pleno y completo es el que atañe a las
cosas producidas por el trabajo y que este derecho
de propiedad no puede en manera alguna aplicarse
alas cosas creadas por Dios, pues estas cosas son
las continuadas donaciones de Dios a todas las generaciones
de hombres, sin que ninguna pueda
pretenderlas como de su exclusiva propiedad.
El sujetar las cosas creadas por Dios al mismo
derecho de propiedad privada que tan justamente
se refiere a las cosas producidas por el trabajo,
es despreciar y negar los verdaderos derechos
de propiedad, porque en tanto se vea un hombre
obligado a pagar a un semejante por el privilegio
de usar la tierra, en esa misma medida es despojado
de su legítima propiedad.
Entendemos que las reglas que han de fijar
las leyes humanas para el mejor uso de la tierra
dehcn estar de acuerdo con la ley moral y han de
asegurar para todos una participación igual en las
ventajas concedidas en general por la divina providencia.
De acuerdo con esto, si bien negamos el derecho
ala propiedad privada de la tierra, afirmamos
el derecho a la posesión privada de la tierra como
medio para asegurar el derecho de propiedad en
las cosas producidas por el trabajo y sin ir más allá
de este propósito.
Lejos de ser incompatible la individual pose-
sión de la tierra con los iguales derechos de todos
a su uso, pueden y deben combinarse las ventajas
de la posesión privada con la justicia de la propiedad
común.
Para esta combinación proponemos: Que de-
jando la tierra a los individuos en posesión privada
con entera libertad de donarla, venderla o le-
garla, se establezca simplemente sobre ella y para uso público un impuesto igual a su valor anual, sin
tener en cuenta ni el uso que de ella se haga ni las
mejoras que sobre ella existan. Y como esto pro-
veería con abundancia a la neceesidad de las cargas
públicas , acompañiaríamos este impuesto sobre el
valor de la tierra con la abolición de toda clase de
impuestos que hoy gravan los productos y procesos
de la industria, los cuales impuestos por sacarse
de las ganancias del trabajo sostenemos son
otras tantas infracciones del derecho de propiedad.
Sostenemos que los derechos de aduanas, los
impuestos sobre los oficios, sobre las ganancias o
utilidades, sobre las inversiones de capital, sobre
la construcción de edificios, sobre los alimentos,
sobre los cultivos de los campos, sobre la industria,
el comercio y el ahorro en todas sus formas y manifestaciones,
son otras tantas violaciones de la ley moral.
Al tomar de este modo por la fuerza lo que
sólo pertenece al individuo se producen los siguientes
desastrosos resultados:
Dar al que carece de escrúpulos una ventaja
sobre el escrupuloso.
Aumentar artificialmente el precio de lo que
unos tienen que vender y otros han de comprar.
Corromper a los gobiernos.
Hacer que el juramento sea una burla.
Perturbar el comercio.
Multar la industria y el ahorro.
Menguar la riqueza de que pudieran gozar los
hombres y empobrecer a unos para enriquecer a
otros.
Son en contra de la doctrina cristiana, puesto
que santifican los odios nacionales, inculcan una
guerra universal con tarifaSshostiles y hacen que
sea una virtud cívica el perjudicar al extranjero.
Bien al contrario de todo esto el impuesto único
sobre el valor de la tierra desnuda de mejoras
está en un todo conforme con la ley moral, puesto
que siendo este valor íntegramente debido al aumento
de población y al progreso social, no proviene
de ningún esfuerzo del trabajo ni de ninguna
inversión de capital.
Por consiguiente, al tomar este valor por el
impuesto no se toma de los individuos lo que les
pertenece, no se toma más que el valor que adquiere
la tierra por el crecimiento de la comunidad y
que por esto pertenece a la comunidad entera.
Al tomar el Estado el valor de la tierra, aboliendo
todos los impuestos sobre los productos del
trabajo, dejaría al trabajador el íntegro producto
de su trabajo.
No impondría carga alguna sobre la industria,
ningún freno al comercio, ningún castigo al ahorro,
aseguraría la mayor producción y la más franca
distribución de riquezas dejando a los hombres
libres de producir y traficar a su gusto sin ningún
aumento artificial de precios.
Siendo el valor de la tierra de una condición
tal que no puede ocultarse, el de más fácil averiguación
y el que más seguramente y con menores
gastos se recolecta, al tomarle para el uso público
se disminuiría considerablemente el número de
empleados, dispensaría de tomar juramentos, acabaría
con las tentaciones de cohecho y evasión y
aboliría crímenes que sólo están en la mente del
hombre siendo en sí mismos inocentes.
La diferencia de nuestra escuela con las demás
está en que nosotros creemos son sagrados los verdaderos
derechos de propiedad; nosotros vemos
que el hombre es en primer término un individuo
y que nada más que daño puede venir de la intromisión
del Estado en la esfera de la acción indivi-
dual; pero vemos al mismo tiempo que el hombre
es un ser social y que el Estado es un requisito indispensable
para el adelanto social, requisito no
inventado sino nacido en el orden natural.
Nosotros nos diferenciamos de los socialistas
así en el diagnóstico de la enfermedad como en los
remedios. Lejos de temer al capital le considera-
mos como el ayudante natural del trabajo, siendo
el interés natural y justo. Nosotros no pondríamos
límites á la acumulación de capitales ni impondríamos
carga alguna sobre el rico que no se impusiera
igualmente sobre el pobre. No vemos mal alguno
en la competencia, sino que al contrario estimamos
que la libre competencia es tan necesaria para
la salud del organismo industrial y social como la
libre circulación de la sangre lo es para el cuerpo
humano; la estimamos, en una palabra, como el
medio de asegurar la cooperación más completa.
Nosotros, simplemente, tomaríamos para la
comunidad lo que pertenece a la comunidad osea
el valor que adquiere la tierra por el crecimiento
de la comunidad, dejando sagradamente al individuo
lo que al individuo pertenece y tratando los
necesarios monopolios como funciones propias del
Estado, aboliríamos todas las restricciones y prohibiciones
excepto las requeridas por la salud, seguridad,
moralidad y conveniencia públicas.
Nosotros vemos que las relaciones humanas,
sociales e industriales, no son una máquina que re-
quiera construcción, sino un organismo que no necesita
más que dejarle que crezca.
Para nosotros todo lo que se necesita para remediar
los males de nuestro tiempo es: hacer justicia
y dar libertad.
Nosotros rechazamos con energía todos los
demás remedios que generalmente se preconizan, a
saber:
El intervencionismo del Estado por inútil y
contraproducente, siendo imposible la regulación
del salario por el Estado.
La parcelación de los latifundios y la llamada
colonización interior, porque su efecto sería aumentar
el valor en venta de los terrenos y porque
la misma razón existe para que el Estado ayude a
un individuo para comprar una tierra que para
ayudar a otro a comprar una caballería, a aquel
unas herramientas, a estotro a abrir una tienda y
a estotro para todo lo que él presuma sea capaz de
hacer un buen uso.
Esto sería tomar, por la fuerza, de los que tienen
para dárselo a los que no tienen.
La parcelación de los latifundios es fútil; la
tierra cuando sube de valor, siempre pasa de ma-
nos de los pobres a las de los ricos, exactamente
como cuando un pobre se encuentra un diamante
se apresura a vendérselo a un rico.
No hay más que un camino para acabar con un mal y este camino es extirpar la causa. No hay
más camino que el que nosotros proponemos, o sea
el tomar para la comunidad los beneficios de la
propiedad de la tierra.
Al tratar de restituir a todos sus iguales y naturales
derechos no tratamos de beneficiar a una
clase sino a todas. Porque nosotros conocemos por
la fé y vemos por los hechos que la injusticia jamás
beneficiará a nadie, mientras que la justicia a
todos ha de beneficiar.
Y al tomar para usos sociales lo que vemos
ser el gran caudal destinado para la sociedad según
el orden divino o natural, no impondríamos la
menor carga sobre los poseedores de riquezas, fuese
cual fuese su grado de opulencia. No solamente
tenemos tales cargas por violaciones del derecho
de propiedad, sino que vemos que en virtud de preciosas
adaptaciones en las leyes económicas del
Creador, es imposible que nadie adquiera lícitamente
riquezas sin que al mismo tiempo no haya
añadido algo a la total riqueza del mundo.
La verdad que nosotros sostenemos ha hecho
ya tales progresos en la mente de los hombres, que
no hay poder humano que impida su avance. Australia,
Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania,
Dinamarca y el Canadá ya han dado los primeros
pasos hacia el Impuesto Único. Jamás idea alguna
marchó tan deprisa hacia el terreno de la práctica.
En efecto, puede decirse que la sentencia de la
esclavitud industrial está ya firmada..,
Nosotros pretendemos que nuestro país no se
quede atrás en este movimiento civilizador y de redención
social y hemos acordado hacer este público
llamamiento para organizar sobre base firme la
Liga española para el Impuesto Único, que ha de
trabajar para la implantación de esta reforma y
mantener estrecha correspondencia con sus her-
manas del extranjero.
FIRMADO:
Antonio Albendín.-Baldomero Argente.-Diego
Amaya.-Francisco Amaya Rubio.-Eladio
Caro.- Francisco Cerezo.- Luís Corró.-Juan
Díaz-Caneja.-José Gascón.-Guillermo Igaravídez.-
Manuel Marraco.-Franlisco Molina.-Arturo
Molina.-Carlos Rahola.-Diego Ruíz.-José
Ruíz-Castizo.-Cándido R. Pinilla.-José
Mª de Sucre.-José Tomas Valverde.
Las adhesiones pueden remitirse a las siguientes
señas:
En Barcelona, á D. José M. a de Sucre.-Torrente
de las Flores, 1 72.-Torre Salud de Gracia.
En Zaragoza, á D.Manuel Marraco, Fabricante.
En Málaga, á D. Antonio Albendín, Méndez-Nuñez, 21.-Ronda.
En Córdoba, á D. Arturo Molina, abogado.-Barroso, 4.
En Cádiz, D. Guillermo Igaravídez. abogado.-Sagasta, 30.
En Palencia, á D. Juan Díaz-Caneja, abogado.-Mayor, 24.
En Salamanca, á. D. Cándido R. Pinilla, publicista.- Rúa, 61.
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